William Cabrera

William Cabrera

Abogado, curioso historiador, amante de la política y la antigüedad. Un redactor colombiano, que hila fino, explora la narrativa como medio auténtico de expresión y de debate.

No existen dudas al respecto, la máxima en el pensamiento de ese emperador romano, quien fuera un temprano pero consciente agonizante, consistía en “la pacificación del imperio”. Un pensamiento desatado entre su primer y penúltimo aliento antes del aterrador y eterno silencio de una muerte adelantada y que acompañó a Publio Elio Adriano hasta el 10 de julio del año 138 D.C, cuando una insuficiencia cardíaca separo finalmente su alma de su cuerpo. El poema fúnebre de Adriano dictaría entonces: “Animula, vagula, blandula. Hospes comesque corporis. Quae nunc abibis in loca. Pallidula, rigida, nudula, Nec, ut soles, dabis iocos…”, que en oídos de los mortales hispanoparlantes traduce: “Pequeña alma, blanda y errante, huésped y compañera de mi cuerpo, que partirás para lugares pálidos, rígidos, desnudos, y ya no bromearás como acostumbrabas…”

Así, con esos últimos destellos de brillante lucidez, dejó el mundo Publio Adriano, legando tópicos para una novela, para un nieto adoptivo, para un imperio en Roma y varios nombres relevantes para la posteridad, como otras tantas cosas.

Uno de esos nombres destacados entre los anaqueles de la historia humana, es el de Hermógenes: médico del Cesar, conocedor como ninguno, aún con la visión limitada que la ciencia médica antigua podía ofrecer, que los días del gran sabio; participe en las guerras Dacias de Trajano, pacificador absoluto durante su imperio, caballista sobrio pero excitado, excesivo en la visión tecnócrata de la administración pública, estudioso de las cartas plasmadas por Zenón de Citio y Epicuro de Samos y narrador propio de esas aventuras cargadas de esperanza… Se agotaban. Hermógenes era el único, junto a su ayudante Iollas, que conocía esta aciaga e irremediable verdad: los días del Cesar, estaban contados.

Y es que Hermógenes poseía la virtud suficiente para alterar la salud, y convencerla para que se regenerara una vez más, como si realmente se tratara de una promesa antigua cumplida por retornar a la eterna juventud, al menos en esa estructura ósea recubierta por carne próxima a morir, cosa que el medico sentía sobre ese altísimo y vanagloriado Cesar medicado. Como médico del César podía disimular la enfermedad y darles paliativos a las vergüenzas de tan excelso, pero siempre humano Augusto. Un doctor que conoció ese padecimiento en vida y que finalmente resultaría en la muerte de uno de los cinco grandes Cesar. Todo un científico de la salud quien fingió con gallardía para que ese lamentable moribundo fuese entonces, al menos dos mil años después, eternamente un Ave Cesar. Un personaje histórico e inspiración para tantas narrativas que muchos deberían conocer, porque suceden en cualquiera y a la vez en ninguno. Como lo es la misma implacable, vertiginosa y errabunda juventud.  

Sin embargo, el inicio de este texto no ha sido moldeado para conocer a ese Hermógenes, médico del Caesar Adriano, sino a otro Hermógenes, el filósofo de los vocabularios. Quien fuera estudioso del siglo V a.c. participó con sus contemporáneos Sócrates, Platón y Crátilo, en la obra del dialogo definitivo sobre la relación entre las palabras y su significado. Un modelo que expone el devenir de lo natural, o de la costumbre, para construir lo que posteriormente se conocería como la comunicación de occidente y su forma de atribuirla a la jurisprudencia.

Alguien como Álvaro Uribe Vélez – Primera Disertación

Durante sus discernimientos sobre este complejo estudio del lenguaje y su relación con la Ley, Hermógenes planteaba que la correspondencia entre el nombre y lo nombrado viene dada por la costumbre y la convención. Los nombres no expresan entonces la esencia de las cosas y pueden reemplazarse por otros si los que emplean la palabra así lo acuerdan.  

Así, surge una interrogante que no pretende abordar con exactitud el postulado filosófico antiguo sino más bien encarar un concepto moderno a través de una pregunta: ¿Es posible dimensionar el significado real de la medida de “detención preventiva domiciliaria” impuesta a alguien como Álvaro Uribe Vélez? O acaso nos enfrentamos nuevamente a un debate tan irracional como de calidad, parafraseando a estudiosos que planteaban relatividad o probabilidad, para denotar lo positivo y lo negativo de un aseguramiento preventivo en un gobernante como Uribe Vélez.

Y a pesar de tan arcaico, confuso, pero en ocasiones prolijo debate; desde la época de Adriano a Uribe, desde las latitudes y altitudes relativas y remotas del Aventino, o el Palatino, hasta una verde montaña en la Antioquia colombiana -no en La Antioquía del Orontes-, y desde Crátilo hasta Hermógenes, con el eterno debate comunicacional, siempre fue manifiesto y se tiene claro un postulado universal, la forma única de erigir héroes o villanos. Parece un resumen de la búsqueda humana por la gloria eterna que nos invita a comprender definitivamente, que: todos los hombres son historias o incluso: «todo hombre es una historia», situándonos más de frente a la modernidad.

Entonces retomo nuevamente el título de esta reflexión: “Alguien como Uribe Vélez”, para plantear una primera interrogante que tiene ínfulas de cuestión: ¿Cuál es la historia, bajo una óptica filosófica y reflexiva, de alguien como Álvaro Uribe Vélez? ¿Es acaso un héroe o más bien un villano? Y dándole alas a la imaginación qué pensarían Crátilo o Hermógenes de esta inusitada y preventiva detención domiciliaria en la actualidad.

En una próxima edición continuaré explorando y analizando con mayor profundidad las posibles respuestas a estas amplias y a la vez poco evaluadas interrogantes, aumentadas en los medios de comunicación tan tradicionales, que repiten sin análisis profundo, una y otra vez, la «medida preventiva de detención”. Una conjugación y exaltación en diversos discursos, pero sin contexto, sin forma y sin aparente explicación. Mientras comparto la segunda parte de esta disertación, invito a la sociedad civil lectora para que dimensione en todo su esplendor tan cacareada detención domiciliaria, que busque su comprensión de forma más asertiva y según los principios hermenéuticos que podrían regirla. Esta historia, continuará…

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