Andrés Medina

Andrés Medina

Abogado con grandes sueños de justicia, seducido por el mundo corporativo y sediento de conocimiento.

Decir que uno cambió de vida en tiempos de confinamiento, es algo que resulta obvio. Para todos sin importar el nivel socio-económico, sexo, religión, partido político y demás, esta “nueva normalidad” ha implicado tener algún cambio. Estos varían desde los más fútiles como los de las personas más acomodadas que cambiaron sus lugares de trabajo y sus viajes, por sus casas de campo o fincas u otros mucho más difíciles como el de las personas de bajos recursos a quienes esta situación los ha llevado al hambre, a la desesperación de continuar su vida lo más normalmente posible para obtener el sustento diario que cada vez se hace más esquivo y sin que la protección de su salud pueda ser una prioridad.

Lo anterior no quiere decir que el cambio de los hábitos que hemos tenido nos haya cambiado a todos como personas. Muchos desearíamos que eso sucediera a nivel general, para que pudiéramos luchar contra el cambio climático, la deforestación o la desigualdad, pero lo cierto es que las cuarentenas no han menguado el calentamiento del planeta, la deforestación ha incrementado y sumaremos millones de personas en la pobreza en el mundo.

En lo local, los temas de siempre tampoco parecen dar tregua, las masacres no paran en los territorios que son tierra de nadie o más bien de muchos grupos armados, pero no del Estado Colombiano, la completa falta de empatía de Colombia por esos hechos y el narcotráfico como siempre, con pandemia o no, ganando fuerza. Este último siempre gana, porque los precios se han disparado. Resulta paradójico que lo único que podría afectar a las drogas sea la legalidad, en un país en el que para hacer empresa con todos los requisitos legales la tarea es casi imposible.

Lo anterior, que es una introducción larga para dejar a un lado las generalidades, no significa que otros no hayamos tenido un proceso de metamorfosis y el confinamiento sin lugar a duda también ha sido un espacio para que esto suceda. En lo personal mi cuarentena empezó más de tres meses antes que la de las demás personas. La razón es que tuve que someterme a un tratamiento de quimioterapia.

El cáncer para mí ha sido un grito de protesta de mi cuerpo y mente por cambiar. Justo antes de enterarme que estaba enfermo, había iniciado mi proceso de cambio y lo había conversado en muchas ocasiones con mi esposa quien me brindó todo su apoyo. Empecé por renunciar a la firma de abogados en la que trabajaba, en la cual además de laborar con un horario frenético, en que ni los fines de semana se podía descansar, lo más difícil era lidiar con el ego y malparidez de uno de los socios quien era mi jefe.

Tomar la decisión y ejecutarla a pesar de lo difícil que era renunciar a un buen sueldo y a un “estatus”, ha sido una de las experiencias más liberadoras de mi vida. Esta decisión la pude ratificar al entrevistarme con el socio de una firma prestigiosa de abogados y decirle que solo aceptaría trabajar con él, siempre y cuando respetaran mis fines de semana, los cuales solo en forma excepcional estaba dispuesto a sacrificar. La respuesta fue clara “los fines de semana son laborales”, con lo cual no hubo nada más de que hablar, el socio se fue muy contento por haber tenido una conversación tan sincera, pensando en lo atípico que esto resulta en una entrevista de trabajo y porque ambos sin obtener nada a cambio, habíamos ganado.

Después de estas victorias tan satisfactorias, por medio de una amiga me conseguí una entrevista con una empresa Fintech Colombiana, llena de talentos jóvenes en la cual me hacía ilusión trabajar. Todo parecía avanzar de una forma perfecta, lo cual solo se veía enrarecido por la explosión social que llevó a los paros y a los toques de queda a finales del año pasado, en uno de los cuales casi no puedo llegar a una entrevista por no conseguir transporte y el matrimonio de un amigo, del cual soy padrino, se tuvo que aplazar por esta razón. Todo esto como si fuera el preludio de lo que se avecinaba.

El primero de diciembre de 2019, como presintiéndolo abrí mi correo para revisar si el resultado de mi examen de control, que debía realizarme cada 6 meses después de haber sido operado de cáncer de testículo estado 1 en Nueva York, cuando trabajé para una de las firmas de abogados más sofisticadas del mundo y del cual ingenuamente había pensado era un asunto del pasado. Abrí el pdf y salía una lectura con un diagnóstico por fuera de lo normal. Me preocupé, consulté con la médica de la familia, la prima de mi esposa, y ella después de hacer otras consultas me confirmó que mi cáncer había regresado.

No pensé ¿por qué a mí? esta vez, ni en ninguno de esos pensamientos existenciales, sino me recordó una vez más lo que a veces olvidamos por las comodidades que nos ofrece la sociedad moderna, que todos los días estamos en la lucha por la supervivencia y que en esta vida no hay nada seguro. En este momento mi situación laboral se olvidó por completo, de la empresa Fintech no volví a saber, la verdad tampoco me importaba. Ahora me enfrentaba a una verdadera situación de vida o muerte, no como las que uno vive en la oficina cuando piensa que se le puede acabar la vida, esta si era de verdad.  

Después de confirmar el diagnóstico por mis médicos tratantes, inicié a toda velocidad los trámites para poder realizarme el tratamiento de quimioterapia, que según el médico si se hacía bien salía adelante. Radiqué las órdenes para la quimioterapia y como era de esperarse mi EPS me dijo que era una preexistencia debido a que el cáncer de testículo me había dado viviendo en Nueva York, que mi plan complementario no cubría, no podía ser tratado en la Clínica los Nogales y que me tocaba acudir a la Clínica San Diego.

Como ninguna medicina prepagada me había aceptado con ese antecedente clínico, pues inicié los trámites en la clínica referida. En los teléfonos que me habían dado nadie contestaba, con lo cual mi angustia se agudizó al máximo, así que mi mamá comedidamente me acompañó a la Clínica San Diego. Cuando la vi tuve otro sentimiento desolador, era una clínica con filas de personas por todas las entradas, en donde nadie parecía saber de nada de lo que les estaba preguntando. Poco a poco fui encontrando las dependencias con las que tenía que hablar, localizada la oficina correcta, para sorpresa mía era la única sin fila. Presenté los papeles para pedir una cita, la recepcionista que me atendió era muy joven y me dijo, “la primera cita disponible es dentro de un mes…” no alcancé a responder cuando la mujer de atrás dijo “el otro doctor tiene disponibilidad para el 18 de Diciembre”, me volvió el alma al cuerpo y solicité la cita.

Regresé a mi casa, por otra parte, mi esposa a través de un familiar se había puesto en contacto con una persona que trabajaba en la Secretaría de Salud de Sogamoso, la cual conocía a la líder regional de mi EPS y le había expuesto el tema. Yo por mi parte había empezado a redactar la tutela para que mi plan complementario cumpliera con el servicio que había contratado. Cuando iba en la mitad de la tutela, recibí la llamada de un agente de mi plan complementario, le expliqué mi situación con mucho detalle, me pidió que enviara lo que había mencionado por escrito y, como por arte de magia, al día siguiente mi plan complementario había aprobado mi tratamiento en la clínica Los Nogales.

Recordé las entrevistas que había leído de Alejandro Gaviria cuando tuvo que realizarse un tratamiento de quimioterapia siendo ministro, y pensaba, ¿cómo debía ser la diferencia de trato del ministro como paciente y de un simple mortal como yo? ¿cómo se sentiría entrar a una clínica y a una EPS en la que todas las personas jugaran a favor de uno? Sobre todo, en este tipo de casos médicos, en los que es esencial la celeridad con que se inicie el tratamiento.Confinamiento y Cáncer

¿Cómo sería la diferencia de tratamiento con las personas que no tienen para aportar a la salud? Me conformaba con pensar que, a pesar de la diferencia en la celeridad de los procesos, los tratamientos de quimioterapia son procedimientos estandarizados que se les ofrece a la mayoría de las personas en Colombia, aunque también en muchos casos no se realizan a tiempo. Por ejemplo, en Estados Unidos hay personas que optan por no tratarse, no porque no les ofrezcan la mejor medicina disponible y un trato más humano, sino porque no pueden pagarlo y prefieren morir a no tener un buen puntaje en su vida crediticia.

Inicié mi tratamiento el 18 de diciembre del año 2019 en tiempo récord por la forma en que gestioné los tramites y la ayuda recibida. Para esa época llevaba 2 meses desempleado y había invertido bien mi tiempo recuperando salud, al estar haciendo ejercicio entre cuatro y cinco días a la semana. Me sentía fuerte para iniciar el tratamiento. Lo que más me preocupaba era que no resistiera el tratamiento o que no me pudiera curar, porque por nada en el mundo quería dejar a mi esposa viuda tan joven, ni a mi perro huérfano. Pensaba mucho en el discurso de Steve Jobs que dio a los graduandos de la Universidad de Stanford, en el que decía “ni la persona más creyente en el paraíso, quería dejar esta vida para ir allá”. Mi caso no era diferente, estaba muy joven para partir de este mundo.

El tratamiento fue muy extenuante, tenía sesiones de 5 días seguidos que duraban entre 6 y 7 horas diarias y después debía regresar los días 8 y 15 para completar el ciclo. En total eran 4 ciclos. Tuve la oportunidad de compartir en la clínica con toda clase de personas. La mayoría dispuestas a compartir una historia, una mirada de aliento, una frase de ánimo, incluso por dura que fuera, como “tranquilo siempre hay personas más jodidas que uno”, muchos dramas también inimaginables, que hacían a veces difícil pasar el rato. Mi situación siempre privilegiada, mi esposa me llevaba y mis padres me recogían en la clínica, con muy buenas onces para comer durante el tiempo que permanecía en la sala.

Durante los primeros ciclos del tratamiento me fue muy bien, tenía bastante energía, pero poco pelo, el de mi cabeza cayó primero, pero no me importaba, me dolió un poco más perder mis cejas y pestañas. Veía también algunos puntos positivos como que no tenía vello púbico y tampoco tenía que volver a rasurarme en esa zona, actividad que detesto hacer. Con la continuación del tratamiento, mi cuerpo se fue deteriorando, aunque nunca tuve náuseas, había perdido peso y los días después de los ciclos largos eran una agonía muy prolongada. Llorábamos con mi esposa en las noches antes de dormir, porque no había forma de sentirse bien y porque a pesar de lo positivo que uno pudiera estar, el miedo a la muerte siempre estaba especialmente vivo en esos momentos.

Tuve la fortuna de siempre estar rodeado de mis familiares y amigos más cercanos, que me reconfortaba profundamente y me mostraba también quienes eran las personas importantes en mi vida y las que siempre quería que estuvieran a mi lado. Esas personas y sobre todo mi esposa me dieron toda la energía para terminar el tratamiento. Terminé maltrecho y con otras complicaciones de salud, pero sabía que debía iniciar mi recuperación cuanto antes. Sentía que toda la vida pasaba a mi lado y que yo no hacía parte de ella, por estar confinado por el tratamiento y que no había tiempo que perder. Inicié en marzo a hacer ejercicio. Al principio solo a caminar con mi perro, cuando ya la pandemia fue declarada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) a pesar de que en ese momento nadie tuviera claro las implicaciones que esto traería.

Iniciaba mi recuperación y llegaba el confinamiento por COVID-19 esta vez. Era como si el destino me jugara una mala pasada, otra vez. Soñaba con ir a una playa, viaje que no iba a poder cumplir por las restricciones de movilidad. Pensaba mucho en las personas que seguían en estos tratamientos, las dificultades adicionales que iban a tener que sortear, como por ejemplo aquellos que iban a recibir la quimioterapia y debían movilizarse en Transmilenio, en el miedo que debían sentir por estar inmunodeprimidos y acechados por el virus. Pensaba también en los enfermos terminales y que no van a ver el otro lado de esta pandemia, que no van a poder despedirse de este mundo como lo conocían o por lo menos no frecuentando a sus seres queridos y lugares favoritos. Pensaba también en las personas dedicadas al servicio de salud, médicos y enfermeras, sobre todo, que además de lo difícil de su tarea, ahora debían afrontar muy de cerca un nuevo enemigo. Mi total respeto para estas personas y sobre todo para las enfermeras de la clínica Los Nogales que hicieron mi estadía en esa clínica más llevadera y siempre con una buena actitud.Cuando uno está enfermo, todos los sueños de grandeza que se tienen no se acaban, sino que mutan a otro tipo de grandeza, una no en medio de grandes pretensiones, sino más austeras y rodeado de lo necesario para vivir. La pandemia y el confinamiento, sin duda también dieron a algunos este tope, por lo cual el consumismo también ha bajado. Me emocionaba pensar que a pesar de que la pandemia no va a acabar con el cambio climático, si pueda existir una explosión de la vida, porque los animales han regresado a lugares impensables anteriormente por la presencia del humano. En la casa de mis padres en Honda donde he pasado algún tiempo en esta cuarentena, lo he podido experimentar. En esta casa hemos estado acostumbrados a ver aves maravillosas con sus cantos paradisíacos, pero en nuestra última visita estuvimos acompañados también por micos, faras y ardillas. Hablan las personas del pueblo de osos hormigueros por la zona rosa y otro sin número de animales exóticos que han recuperado o por lo menos disfrutado de un mundo para ellos desconocido.

Recibir el examen para saber si el tratamiento había sido exitoso, fue un suceso de gran ansiedad. Después de realizarme el PET (tomografía por emisión de positrones) con el cual se identifican cambios a nivel celular, fui a recogerlo presencialmente porque solo los entregaban de esa forma. Acordé con mi esposa que no los revisaría sino hasta que volviera al apartamento con el sobre cerrado. Después de recoger el tan anhelado sobre, fueron los 20 minutos de manejada más largos de mi vida, llegué al apartamento y ella me abrió la puerta, me desinfecté para entrar. Acto seguido abrí el sobre a toda carrera, y leí el dictamen con mucha velocidad. La conclusión: ¡no había rastro de mi cáncer! Grité como con el gol de James contra Uruguay en el mundial de 2014, nos abrazamos y empezamos a llorar, ¡releímos el dictamen para confirmar y si era confirmado! estaba bien. Llamamos a todos nuestros allegados, lloramos con ellos de felicidad, la vida me había regresado y había ganado esta partida a la muerte.

Más tranquilo, también comprendí el sentido de esta victoria, que solo es momentánea, como para todas las personas, porque como todos sabemos al final la muerte siempre gana. Pero para mí era la convicción que debía seguir viviendo más a plenitud, mientras tuviera ese magnifico regalo que es la vida.

Las semanas y los meses han pasado en medio de esta pandemia y me ha servido para entrar en un estado de conciencia, sobre todo desde el punto de vista de lo que consumimos y lo que le hacemos a nuestro cuerpo con una vida “normal”. Ser humilde, austero y alegre por una parte y sobre todo siempre generar espacios para compartir con las personas cercanas, que nos hacen realmente felices. En la enfermedad y en la pandemia, convivimos solo con nosotros mismos y nuestros seres queridos, por ellos es que merece la pena la vida y son las personas a las que les quiero dedicar la mayor parte de mi tiempo libre, porque son los que nos ayudan a ponerle sabor, color y música a la vida. 

Tema para Las Tr3s Caras de la Moneda: #confinamiento #cáncer