Alejandro Benítez

Alejandro Benítez

Escritor en desarrollo, ¡aún hay mucho por decir!

No, no me callo, no me callo porque en las paredes el horror quedó plasmado. No me callo porque estamos fregados en el tiempo. Durante esos días no se escuchó más que gritos, desespero y agonía. La zozobra respiraba en el cuello de cada uno y no respetaba raza, sexo, o edad; en cualquier momento podríamos ser nosotros, en cualquier momento podría ser yo. 

Los escenarios de guerra estaban dispuestos para acabar con los enemigos de la patria, claro que eran ellos mismos quienes definían al adversario, a fin de que, sin piedad, pudieran desplegar sus armas a quema ropa y sin juicio contra quien se había ordenado su baja, o contra cualquiera que tuviera pinta de sospechoso. Aún las imágenes son fuertes, hablan siempre de no tocar el tema para no revictimizar a los que vivimos la guerra, pero lo que no han entendido es que todos sus discursos, sus acciones y aún lo que no hacen, genera un ambiente de dolor.

Estamos cansados de buscar su lástima, ¡no la queremos!, queremos respuestas sobre las víctimas, queremos que aparezcan los responsables y, sobre todo, queremos justicia para los que fueron usados como botín de guerra, porque mientras mataban a ciudadanos inocentes, desaparecían amigos y torturaban vecinos, afuera minimizaban lo que adentro se vivía. Recuerdo la noche del 16 de octubre de 2002 y los días que siguieron, cuando la guerra tomo como enemigos a los ciudadanos de Medellín. Para la fecha, el actual presidente ya había declarado el estado de excepción; unos días atrás, varias unidades de diferentes organismos, entre esos grupos paramilitares de extrema derecha, acomodaron (como si de alguna forma les perteneciera el espacio, y como si la guerra les diera el derecho de colocar sus plataformas donde quisieran) sus bases en la comuna. 

En las calles se caminaba con miedo, había un silencio de muerte en el ambiente que no puedo explicar, aún no había pasado nada, pero ya se sentía el terror en los rostros de todos, no sabíamos en qué momento iniciaría la masacre. En tres días perdimos demasiado, eramos vistos ante el mundo como criminales que debían ser erradicados y con los que no se debía negociar. 

Atacar y acabar eran las órdenes. El precio sobre nuestras cabezas estaba puesto, nos abrieron un expediente de acciones criminales que aparentemente habíamos cometido, tal vez en otra vida, para justificar las bajas (algo así denominado ejecuciones extrajudiciales) y nadie hacia nada para ayudar, los medios de comunicación y prensa habían dispersado la atención del pueblo, como lo hacen ahora y como lo han venido haciendo durante mucho tiempo, con noticias sobre lo que pasaba por fuera del país, cosas importantes sobre fútbol, y sobre todo, amarillismo morboso sobre víctimas que, a pesar que no justifico sus muertes, nada tenían que ver con lo que estaba pasando.

Fregados en el tiempo

Hicieron pasar la noticia como si estuvieran ganando la guerra, mientras estábamos convirtiéndonos en una de las fosas comunes de Colombia. Ahora la historia no es nada diferente, porque mientras están asesinando familiares, realizando arrestos arbitrarios, torturando personas y haciendo ejecuciones extrajudiciales, las noticias desmeritan la resistencia, justifican la violencia que generan, victimizan al victimario, crean expedientes sobre personas que nada tienen que ver con lo que esta pasando y le dan un papel importante a grupos al margen de la ley como financiadores del estallido social para poner al pueblo contra el pueblo. 

Hoy recordamos más que nunca la operación orión porque vemos que su conducta es repetitiva, el accionar criminal del que siempre ha estado en el poder no cambia, y tampoco conocen otros medios para silenciar a las personas o generar resultados sino la violencia. Hoy más que nunca somos revictimizados porque recordamos que no ha habido justicia para doña Rubi, mujer a la que en medio de la operación le desaparecieron a su hijo; para doña Carmen que aún no sabe quién mató a su nieta, pero tampoco, si no hacemos nada, habrá justicia para Simón, que en medio de las protestas le desaparecieron a su hija, quien días después fue encontrada muerta, no habrá justicia tampoco para el que perdió su ojo, para el líder social que ficharon y tildaron como cabecilla de grupos criminales sin serlo, y para todos y cada uno de los que pedimos respuesta sobre los miles de actos barbáricos perpetuados en nombre de la justicia y la paz, para nosotros que somos las victimas invisibles del conflicto armado unilateral que han concebido; una guerra que ellos mismos crearon, financiada con la plata del pueblo, donde cualquiera es el enemigo excepto ellos, y que fingen acabar con muertos que ponen los ciudadanos. 

Las formas no cambian porque quienes ejecutan las ordenes siempre han sido los mismos, se ve su conducta implicada, se ve su sevicia, se ve su voluntad de generar cuanta cantidad de muertes necesiten para mantenerse en el poder. Hoy más que nunca comprendemos a las víctimas del paro porque sabemos que es enterrar un hijo, buscar un amigo y extrañar un vecino, por esa razón y por todos los que cuya sangre reclaman justicia, no guardamos silencio, seguimos en pie de lucha, porque vamos a acabar con la injustica, vamos a darle en la cabeza a la violencia con paz y con lucha popular, la lucha del pueblo pobre, hambreado y robado.

Ellos nos han venido quitando la vida y desapareciendo, porque no pueden borrar de nosotros la dignidad y el deseo de un futuro que brilla con esperanza comunitaria, humana y llena de integridad, ahora nosotros les vamos a quitar lo que nos pertenece, sin piedad, como ellos hicieron con nosotros, pero con una diferencia sustancial, lo haremos con justicia y Ley, como les falto en sus procedimientos. Por nuestras víctimas, ni un minuto de silencio, toda una vida de combate… hasta siempre… hasta la victoria… hasta la muerte si es necesario. ¡Venceremos y será
hermoso!

Una narrativa extraída por Alejandro de entrevistas y conversaciones con Luis, víctima del conflicto de la operación orión. 

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