William Cabrera

William Cabrera

Abogado, curioso historiador, amante de la política y la antigüedad. Un redactor colombiano, que hila fino, explora la narrativa como medio auténtico de expresión y de debate.

Llegaba la tarde para esos héroes, pero era la refundación de una ciudad estado; Atenas. Algunos de ellos ya reflejaban la satisfacción clásica de sentirse un ser de leyenda, los cuales en algunos casos ya completaban hasta seis trabajos; el ladrón de pies limpios en Mégara, los pinos curveados a la entrada del inframundo, o el decapitador de camas, entre otros. ¿Era acaso la antesala de la democracia? 

Aquel ocaso acompañado de tranquilidad y satisfacción le permitió a Teseo reconocer grandes infortunios que cometen los hombres en pleno estado de libertad. Personas que empiezan a desencajar del cuadro general de la teoría teogónica que Hesíodo intentó proveer a las castas griegas, reordenando la información de la Grecia antigua y el origen de los dioses del olimpo.

Y que registró Teseo:

Tenemos un grupo de personas que poseen poder por distinto medio; ius belli, ius sanguinis, o por expresión anterior del oráculo, es decir: los nobles de la época, los Eupátridas. Otro grupo de artesanos creadores, impulsores, hacedores y ordenadores de las cosas, que en su silencio moverán siempre al mundo, los Demiurgos. Y finalmente los que moran las tierras, los dueños poseedores por diversos medios, pero que les otorgará posteriormente el ius soli. Los geómoros.

Esta tradición occidental, siquiera histórica, sobre la división social para ordenar la ciudad estado de Ática – o una república posterior -, será entonces el germen real del neologismo griego posterior conocido como Demos (δῆμος) Kratia (κρατία), la democracia; el dominio o el poder del pueblo.

Podría aquí abrirse el debate sobre la veracidad de la época de los héroes griegos. La verdad sobre las disputas de Homero en asimetría con Hesiodo – dioses en la luz y dioses en la sombra -. Pero lo que se recoge del mito o de la leyenda, es un uróboro excepcional para todas las generaciones.

Y es que sucedió lo que tenía que suceder.

Demiurgos y geómoros se organizaron y le informaron al poder eupátrida, que no existiría seguridad para ninguno, si no existía seguridad para todos. Sin caer en la trampa de la seguridad moderna, no. 

Seguridad para sus familias, sus tierras, sus comercios, sus obras, sus creaciones y claro, seguridad y poder para intervenir en las decisiones de la ciudad estado para la entonces nueva organización política como lo fuera el Demos creado francamente a partir de la intervención en decisiones de la política pública y el derecho para la garantía del cumplimiento del pacto por parte de estos dos grupos sociales. Siendo esta entonces la raíz del poder del demos; el poder de los demiurgos y los geómoros.

¿Excluyente?

Aún no hemos mencionado a los esclavos…

¿Han existido entonces demos kratias en la historia?

¿Los mismos creadores del neologismo nos dieron pautas de lo que no será nunca una democracia?

Veamos.

EL DOMINIO DEL PUEBLO, LA DEMOCRACIA 

La Democracia y El Deseo de Teseo

En el inicio de la colosal obra universal filosófica La Republica, Platón nos relata los diálogos posteriores a la fiesta de Bendis en Tracia, donde Sócrates entabla conversación con su amigo Céfalo, respecto del devenir de la vejez de los hombres, y cómo la fórmula de acercarse a los más envejecidos no necesariamente previene las tragedias del mundo. Y repone Sócrates; supongo que hablaban de las penurias y el término de sus vidas, de sus carreras, las quejas y las lamentaciones, recordar con sentimiento el primer o el único amor. E inician aquel dialogo sobre a qué viene cada cual al mundo. Para qué la existencia del ser, en plenos albores y principios de la organización social.

Ubiquémonos cultural, social, y casi mentalmente en aquella época tan abierta y a la vez limitada para el hombre.

Ese dialogo planteó asombrosamente una serie de interrogantes.

¿Quién podría generar mayor bien a sus amigos, y mayor mal a sus enemigos en casos de una enfermedad? – Un médico.

Y ¿Quién podría ser aquel que dirija mejor un navío en altamar? – Un capitán de navío.

¿Quién sería la mejor persona que podría llevar caballos a un ejército? – Un domador de caballos.

-Y entonces ¿Por qué pensar que todas las personas están aptas para votar por nacimiento?

Votar en elecciones es una aptitud, una habilidad que debe ser enseñada por el bien de lo público, una educación sistemática sobre los temas que incumben en la administración del poder del Estado.

Pero esta situación descrita por Sócrates no encuentra ninguna clase de virtud anterior en ninguno de los hombres. La sola definición de justicia enrarece el ambiente cuando se observa lo conseguido por la justicia.

E insiste el filósofo en la degeneración del demos y de la kratias.

Cuando el pueblo ostente la falsa sensación de que el Estado o la res publica son los reales generadores de riqueza, pero solo por medio de la administración de masas, vendrá el momento del maremágnum en la democracia. Cuando nuevamente emerjan aquellos que conquistaron y mantienen un orden casi inmutable, que aún allí buscaran empoderarse más de los logros de un buen dirigente anterior, o por riquezas territoriales del Estado y su nación, por factores comerciales o por la guerra. Llegará al final necesariamente un demagogo que haga de toda esta demagogia un penoso tránsito a la hostilidad nuevamente en el demos, pero ahora sí, enfrentados a los excluidos esclavos.

Y juzguen ustedes que hoy no se debe a Sócrates el hecho de vivir en los estados representativos actuales, en estricto sentido.

La exitosa fórmula americana expuesta en Europa por el jurista y político francés Alexis De Tocqueville, invitó entonces a la representación de las masas y a la democracia representativa en la cual el poder radica en los elegidos, y en sus partidos. Una situación aún peor que lo descrito por el padre de la filosofía y la democracia de occidente, y que dirigirá a fantasmas de la política que nadie en esta humanidad merece soportar. Una poliarquía demagoga que haría una nación invivible, en un Estado insoportable.

Bendito seas, Sócrates.

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