Simon Hore González

Simon Hore González

Periodista apasionado, letras y escritura, comunicador por naturaleza, amante de la vida y la política.

Mi nombre es Calabozo Arbitrario Infernal pero también me conocen como CAI de Policía, nací en el año 1987, como muchos de mis semejantes, en la ciudad de Bogotá y aunque durante mi construcción me repetían una y otra vez que mi responsabilidad sería la “seguridad de la jurisdicción mediante la integración con la comunidad y la atención oportuna a sus requerimientos en busca de lograr una convivencia tranquila y solidaria”, como quedó estipulado en un manual que me define detalladamente, desde muy pequeño entendí que mi misión en la vida sería otra.

Recuerdo que, para festejar mi nacimiento, unos hombres vestidos con trapos verdes que los cubrían de pies a cabeza, que usaban insignias, cascos, botas y a quienes les colgaba una vara de su cinto, encerraron entre mis paredes a dos jóvenes mujeres. Ellas a diferencia de mis comandantes, vestían prendas coloridas, no llevaban casco y definitivamente no portaban un bolillo. Entonces conocí los gritos de los humanos, de hecho, les hice eco. Como testigo inerte, construido por vigas, pilotes y placas de cemento, vi cómo dos uniformados arrastraban violentamente por mi piso y golpeaban contra mis muros, con vehemencia y sin atisbo de piedad, a las que horas más tarde, matizarían mis pálidas y frías paredes con su vistosa sangre roja. Así, como CAI aprendí dos cosas: la primera, a diferenciar entre un policía y un civil y la segunda, que la sangre mancha y que, si no se limpia, se impregna en el asfalto y con el tiempo huele mal, claro, esto por los comentarios lesivos que hicieron al día siguiente mis habitantes policías y que retumbaron en mi interior.

Gradual y progresivamente me di cuenta de que, a diferencia de una casa, de un apartamento o incluso de una tienda, las personas que me visitaban jamás sonreían, de que los seres que me habitaban siempre estaban dando órdenes, vociferando improperios y siendo comparados por los vecinos del sector, que pasaban a mi lado, con lo que creo son animales gordos, que viven en chiqueros y que denominan cerdos. Con el tiempo entendí, gracias a otras edificaciones cercanas, más cálidas y acogedoras, que la comunidad a la que le fui impuesto no me quería, mi estructura era repudiada, me rayaron un grafiti con el nombre: Calabozo Arbitrario Infernal y pocas veces recibí un alago.

Calabozo Arbitrario Infernal CAI de Policía 1

A mis espaldas tenía un parque amplio adornado por árboles, caminos surcados por vegetación y una cancha de fútbol de concreto, que en la noche recibía la visita de jóvenes que, tras el partido, fumaban bocanadas de un humo dulce que en ocasiones alcanzaba, por efecto del viento, a penetrarme y causar el disgusto de los policías de turno, que al instante se paraban de sus sillas y gesticulaban alertando que la ronda debía iniciar. Así, los policías tomaban sus armas y arremetían contra los que llamaban marihuaneros, interrumpían la tranquila reunión y generalmente capturaban a uno o dos, les cambiaban el “bareto” por algunas onzas de cocaína que tenían cuidadosamente dispuestas entre mis anaqueles y tras amenazarlos con la judicialización, les propiciaban fuertes golpizas.

Al frente había una calle, por donde circulaban vehículos regularmente, recuerdo que una noche un carro de placas ACAB 123, atormentado por su conductor ebrio se montó al andén y casi me impacta. No sé si fue suerte o mera coincidencia, pero antes de chocar conmigo, con mi estructura de CAI, tumbó una de las motos policiacas estacionadas en un parqueadero, que estaba a mi lado. El hombre bajó del vehículo tambaleando y fue recibido por uno de los policías que atónito vio el accidente. Enseguida pensé que a este borracho no le esperaba nada bueno en mi interior, había caído en manos del Sargento “Manotas”, conocido por impartir justicia a punta de bolillo y pata y temido entre la comunidad por la desproporción de sus manos, atípicamente grandes y pesadas para una estatura tan reducida. A rastras y sostenido por “Manotas”, ingresó el hombre alicorado que, entre murmullos sollozos, articuló las siguientes palabras: “Mi general… ayúdeme a bajar el carro y arreglamos…”. Pensé que, como Calabozo Arbitrario Infernal, no podría sorprenderme, cuando cada fierro, cada varilla y en general todo el hormigón con el que me forjaron, de forma inédita se estremeció al ver cómo “Manotas”, siguiendo las indicaciones con disimulo y sin hacer alboroto procedió con el soborno indicado.

Traté de levantarme como para alertar sobre lo que estaba sucediendo, pero entonces recordé, que era un CAI de Bogotá y que no podía desplazarme físicamente, que mi pesada estructura, aborrecida por las mayorías, estaba anclada a ese punto y que sin voz ni voto, tendría que presenciar como “Manotas” le preparaba un café al delirante beodo y le decía: “listo, todo en orden, aquí no pasó nada… ahora cómo es que vamos arreglar…” insinuando descaradamente el pago del soborno que este borracho costearía, para después continuar su temible andada motorizada y alicorada por la ciudad.

 

Después de 33 largos años de ser testigo ausente de la barbarie, una tarde que parecía normal, resultó en protesta, muchas voces se aunaron y se manifestaron a mi alrededor, cantaban contra los abusos policiacos y me arrojaban objetos contundentes, no sabía con exactitud que estaba ocurriendo, pero vi que los policías dejaron de rodearme y nadie quedó en mi interior. Lo siguiente que supe fue que una bomba incendiaria prendió mis entrañas, fui vandalizado. La sangre aglutinada por décadas en mis adentros se evaporó y rápidamente me incendié. Debo decir que como Calabozo Arbitrario Infernal (CAI de Policía) sentí un alivio, sabía que mi razón de ser no se había cumplido y que era preferible extinguirme entre el fuego y la vociferación de quienes, por años, habían sido abusados en mi interior. Finalmente, soy de cemento y acero, no siento y hasta hace poco ni siquiera podía hablar.  

Así culminó el 9 de septiembre de 2020, al día siguiente se acercaron de nuevo los manifestantes y al verme quemado y desechado, con alegría me pintaron y me convirtieron en biblioteca comunitaria, me habitaron personas diferentes a las que estaba acostumbrado a habitar y por instantes logré cumplir una verdadera función social, tuve sentido por un corto tiempo, estuve rodeado e interiorizado de conocimiento, de títulos literarios fantásticos, de murales y de personas que compartieron mi espacio sin miedo, con el otro, tratando de convocar eso que los humanos, llaman amor.

Temas para Las Tr3s Caras de la Moneda: #CAI #Policía #Arbitrariedad #Infierno #Calabozo #Bogotá #Transformación #Reestructuración #FuerzasArmadas #PrimeraPersona #AbusoDePoder #EstatutoCivil #Democracia #Violación #DerechosHumanos #Ley